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Boletín nº 7 Junio 2020

¿Quién (nos) cuida en medio de esta crisis sanitaria?

Tania Cáceres Navarrete 
Daniela Smith Véliz
MMM FíoFío-Chile
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La crisis social y sanitaria gatillada por el COVID-19 visibiliza con más fuerza a quienes han venido asumiendo los cuidados de las personas más vulneradas del cuerpo social, las mujeres. Mujeres estudiantes y trabajadoras, fuertemente precarizadas por el acceso restringido a derechos como la vivienda, salud, la educación o la migración; sin hijos o con ellos, jefas de hogar -en muchos casos monoparentales- y responsables del cuidado de hijos e hijas, hermanos y hermanas menores, madres y padres ancianos, familiares con enfermedades, algunas invalidantes, recluidos ya sea en el hogar o en hospitales, como también de familiares privados de libertad, incluidos niños y niñas en hogares a cargo del Estado. Cuando es la mujer quien se encuentra privada de libertad, suele ser su madre quien la visita y se queda al cuidado de sus hijos e hijas, pues en contadas oportunidades es la pareja o el padre quien asume la responsabilidad de estos y otros cuidados.​

Mientras las mujeres cuidan, crían, acompañan, visitan y preservan la salud de otros y otras, también deben conseguir los recursos para la vida, en un ciclo de vida frágil, agobiante, cada vez más solitario y fragmentado en relación con la misma comunidad y el espacio social en su conjunto. Así, las mujeres trabajadoras son la columna que sostiene un organismo social sacudido permanentemente por un modelo económico que atraviesa lo social, modelo que busca la mayor rentabilidad a partir de los derechos básicos, donde los intercambios están marcados por el dinero y la máxima productividad de los cuerpos, en el que las dificultades y la vida misma se resuelve en solitario, de forma individual, “rascándose con las propias uñas”. El sentido de lo comunitario y el compartir se resienten y surge con más fuerza la necesidad de una pedagogía en el cuidado de sí y de otros y otras, como una forma de recuperar la vitalidad, el poder de lo colectivo. 

Desde una perspectiva de economía feminista, es necesario reflexionar respecto a que los cuidados sean considerados como parte de una política pública estatal que reconozca el tiempo que las mujeres destinan al cuidado, además del trabajo fuera de casa. En un artículo escrito por Sonia Santoro, ella señala que en el contexto Latinoamericano Colombia fue pionera al aprobar en el año 2010  una “Ley del Cuidado” (Ley 1413) que incorpora el trabajo doméstico a las cuentas del país, haciendo de estas labores un ítem económico más. En una línea similar, Ecuador ha reconocido “el trabajo doméstico no remunerado de autosustento y cuidado” en su definición de sistema económico en los artículos 325 y 333 de su Constitución. Chile, sin embargo, ha asumido esta problemática de forma insuficiente aún, bajo la forma de “beneficios” o bonos, como el Bono por hijoo la extensión del período postnatal de 3 a 6 meses. En este sentido, los trabajos de cuidados aún tienen una escasa valoración social, pese a ser imprescindibles para la vida del cuerpo social. Desde un punto de vista político, el cuidado implica no solo conocer quién cuida, a quiénes y qué costos comporta, sino también incorporar estas dimensiones como legítimas en las distintas agendas sociales dirigidas a conseguir la equidad de género desde las instituciones políticas, sociales y económicas. 
 
El reconocimiento de lo que es urgente demandar en el ámbito de las políticas estatales en relación a los trabajos de cuidado no agota el análisis que podemos hacer en relación a este tema. Urge recuperar y fortalecer nuestro poder colectivo, compartiendo y practicando cuidados personales y comunitarios. Abrir las puertas de nuestros hogares, mirarnos, estar atentas y atentos a lo que no se dice, identificarnos como parte de un barrio, vecindario, población, lugar de trabajo, de estudio, de recreación… re-conocernos intergeneracional y culturalmente en nuestras dificultades y posibilidades de apoyo mutuo, minando los condicionamientos históricos y sociales en relación a que exclusivamente las mujeres debemos asumir los cuidados, socializando las tareas y expandiéndolas más allá de las mujeres, estudiantes y madres.
​

La pregunta por quiénes cuidan y para qué, se abre entonces a identificar otros modos de empuñar el poder y lo político, re-creando prácticas de cuidado mutuo que broten de las mismas redes a las que las mujeres pertenecen. Esto no es algo nuevo para muchos grupos y comunidades que históricamente organizan la vida de un modo digno y colectivo, pero apremia compartirlo y revitalizarlo. Abrir las puertas del cuidado y sacarlo del estricto espacio familiar, de la puerta hacia adentro, devolviéndolo a la comunidad, a la amistad, al vecindario, al espacio de trabajo con las compañeras y compañeros de labor, a las distintas organizaciones en las que las mujeres participan y donde se reconocen, auxilian y agrupan. Redistribuir el cuidado también significa no solo reorganizarlo y repensarlo desde un punto de vista social y económico, sino también político, que nos permita identificar también qué función cumplen nuestras labores en el contexto socioeconómico. Así, Una redistribución más justa del cuidado implicaría entonces establecer una alianza activa con la protección mutua, fortaleciendo las redes de apoyo comunitarias mixtas y de mujeres. Este es nuestro desafío.

¿Qué leímos mientras pensábamos este tema?
​Aquí lo compartimos:


Sonia Santoro: Yo cuido, ella cuida, ¿él cuida?
​

Norma Villanueva Fernández: Mujeres privadas de libertad: Víctimas silenciosas de la política punitiva.

​Cooperativa Mujeres Manos Libres, Red de apoyo a mujeres privadas de libertad y a quienes salen de la cárcel. 
​

Alméras, D. (2000). Procesos de cambio en la visión masculina de las responsabilidades familiares. En J. Olavarría, & R. Parrini (Eds.), Masculinidad/es, identidad, sexualidad y familia (p. 91-102). Santiago: FLACSO-Chile perspectiva.

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